Estoy tumbada en la verde hierba de un prado, mirando el cielo nublado y viendo volar a los cuervos.
Al mirar el cielo tengo la sensación de poder coger un pedazo y utilizarlo de almohada... sentir la fresca brisa, que me otorga un entusiasmo único, ver a las ovejas pastar cerca mía. Todo eso me dibuja una sonrisa algo torcida porque no se sonreir bien, pero sin duda es de felicidad.
Veo pasar a un señor bajito con traje verde que se acerca a mi y me regala un trébol y después se marcha. Me levanto y comienzo a correr, mi corazón late muy deprisa, comienzo a reirme sin parar la carrera, me hace sentir viva. Me paro en seco y recuerdo aquel abrazo en ese mismo lugar, tomo aire, está muy frío, pero no me importa, cierro los ojos y vuelvo a tumbarme en la hierba.
Al abrir los ojos me doy cuenta de que están empapados en lágrimas, no veo el cielo cubierto de nubes solo un techo blanco, no hay cuervos, no están las ovejas solo un oso de peluche, no me encuentro con el señor de verde solo veo una figura de leprechaun que tengo colgada en un tablón.
Me quedo un rato en la cama con los ojos cerrados, recordando y extrañando aquel abrazo inocente.


Ana.